jueves, 11 de abril de 2013

CRÓNICA 2, sobre el personaje


un fantasma de esos que aparecen cada tanto

Por: Óscar Iván Rodríguez Calderón
Incrustada en la cordillera de los Yariguíes, Zapatoca reverdece con la llegada del nuevo año.  La sepultura del padre en lo alto del río, como traduce su nombre en lengua aborigen, da la bienvenida a propios y foráneos. Los  hijos pródigos volvemos desde la remota añoranza para rememorar los torpes pasos de niño fisgón por entre aquellas calles tapiadas en historia.
aquí vivió su tía chava… esta casa fue del difunto Joaquín… aquella otra la compró mi papá señor, cuando eso…como en quince pesos – Todo esto me lo contaba mi abuela, cuando los andares por el pueblo, y más junto a ella, eran una golosina para el curioso niño, -cuando la palabra se pone sus alpargatas y se echa a andar, reviven los pedruscos rincones, los goteados balcones y los largos zaguanes-.
Son los primeros días del mes de enero y se acerca un festejo, ese que entre los zapatocas se trasmite con antelación de boca en boca, así como antes, porque no nos gusta que nadie se pierda la gran reunión, esa de la cordialidad y el retorno.
Hoy es sábado. La noche del viernes ya había cobrado la primera cuota de alientos aguardentosos. Pero aquel zafarrancho no logra, con la presencia de sus tres días, mermar lo levítico de la ciudad del clima de seda. María Joaquina llegó a Zapatoca en 1809 es la mayor de un coro de cuatro, personajes bien conocidos por los oídos de los habitantes, juntas son las más viejas del pueblo. Fueron hechas prisioneras en lo alto de la torre norte del templo parroquial para que con sus grandes bocas colgadas hacia abajo diesen agudos y graves alaridos; tortuosos estruendos para el desvelado.
 –tilín, tilín… tilín, tilín… tin-tonc, tin-tonc, tun, tun, tun, tun, tun, tun-
Temprano, aquellas viejas arman el alboroto, llamando a los feligreses a misa de seis. Los aldabones de las puertas, en su apertura, hacen de rechinado bostezo que muestra el oscuro interior de las roídas estructuras de donde casi siempre, a esta hora, emerge una figura femenina y ajada, muchas de ellas con su rostro velado por una malla oscura y quienes en esos días en que el sol hace caso omiso del llamado de María Joaquina, dejando mudo el trinar de la mañana, se convierten en espectros que se deslizan por tan angostas aceras que la figura termina siendo una sombra en la pared.
La noche anterior no ha hecho mella sobre mí, me levanto del letargo y me dirijo hacia el baño pronto a tomar una ducha antes de que se cumpla el vaticinio que el rumor del día anterior había traído en boca de una vecina.
-Que disque mañana quitan el agua tempranito-
Las pequeñas lancetas de hielo me atraviesan por miles, luego al final una hilera poco hiriente le da la razón a doña Sebastiana, -el rumor andante-. Ella se pasa tardes enteras en el parque central recogiendo como limosnas los aconteceres propios del pueblo, un primitivo periodismo cargado de noticias, algunas alegres otras no tanto y algunas fatídicas. Cada pueblo tendrá su Inés, su Antonia su Socorro, a este le tocó una Sebastiana; distintos nombres para la misma labor.
Apresuro la ropa sobre mi cuerpo buscando cobijar las heridas dejadas por la punzante agua matutina y una vez listo me dirijo al encuentro estipulado con antelación aquella noche de viernes.
-Compañero como vamos; ¿se acordó de los pobres? – un fantasma de esos que aparecen cada tanto, de esos llamados “amigos”, vociferaba desde uno de los extremos de la caseta, era la noche del viernes, el subido ritmo de un vallenato roído por la modernidad, en medio de los dos, limitaba un saludo ameno y así con un tonto paso de “permiso, que pena, permiso” decidí llegar hasta él.
-toca manito, toca venir a hacer la visita- le respondí, - como no se acuerdan de uno…qué más Omar como vamos. No lo volví a ver por la “u”- Omar es estudiante de ingeniería mecánica en la universidad industrial de Santander.
-no manito, muchos trabajos y los fines de semana trato de venir al pueblito a pasar tiempo con el niño- aquel niño al que Omar se refiere es su hijo de cinco años.
-Y el trabajo, a qué horas trabaja entonces- le pregunto, pero un grito teñido ahora por un reggaetón, ahoga su respuesta. Se trataba de su mujer quien como un atrayente imán le hizo dar dos pasos hacia atrás.
voy de afán… nos vemos mañana. En eso de las siete de la mañana, que tengo que subir al parque a hacer una vuelta- ante un signo de aceptación mío, este desaparece entre la muchedumbre mientras otro grupo de apariciones amistosas hace su arribo. Así me permito ser absorbido por el festejo.
Después de recorrer cuatro encumbradas calles, el parque divisa mi perfil. Los tímidos rayos del sol dejan húmedas las hojas de los arboles antes cristalizadas por el rocío mañanero; las palomas, cual pandilla, acechan a la espera de cualquier miga relegada al suelo, junto a los puestos de comida que colman la zona norte de aquel sitio de encuentro. Miro el panorama y justo en el centro del parque, en una banca de cemento, aparece la ya no tan fantasmagórica imagen de Omar, él me levanta la mano como queriendo decir “no hay Moros en la costa”. Me acerco presuroso acosado por los pequeños empujoncitos, esos que el tiempo le da a quien no lo valora.
- Que pena Omar, ¿hace rato estaba esperando?
- no, fresco que acabo de llegar. ¿Tiene cigarros?
Una gran sonrisa parte mi cara en dos. Rápido me apresuro a sacar medio paquete de cigarrillos de mi chaqueta. Yo sabía del gusto mutuo por el tabaco y dispuesto a amenizar la reunión, lo había comprado la noche anterior antes de entregarme prisionero a las cobijas.
- ahora si cuéntemelo, que ha paso de nuevo, el estudio, el trabajo, ¿no está trabajando pingo?
Con antelación a este encuentro, yo sabía la historia de Omar. Cuando salimos del colegio él tuvo que dedicarse a trabajar en construcción, la economía de su familia no le permitía su viaje a la ciudad en aras de emprender estudios, debía colaborar con la casa. Poco tiempo después conoció a Mireya la mamá de su hijo, una vendedora de vitrina, junto a ella formó su propia familia, pero se sentía inconforme, optó pues por presentar papeles en la universidad sin que nadie de sus allegados supiese de esto.
Siempre fue muy buen estudiante y esto lo llevó a obtener un buen resultado en las pruebas de estado y por ende su aceptación en la universidad pública. Más que una solución o motivo de felicidad, este hecho se tornó en discusiones con su mujer; - como era posible que la dejara en el pueblo sola con el niño, y mientras estudiaba como se iba a mantener a sí mismo-, los reclamos de su mujer, según él, eran reiterativos.
-y qué piensa hacer, no se vaya a retirar-  
-noo, como se le ocurre, pero la situación esta mala, con la mujer y con el camello-
Omar y yo compartimos la misma situación, aunque él me lleva ventaja por un hijo. Ambos tomamos una decisión que muy pocos de nuestra generación siguieron, venir a la ciudad a estudiar, a buscar un mejor futuro. Así como las mamás nos decían, -estudie para que sea alguien en la vida-; pero la decisión fue lo de menos, orientarse en un lugar poco o nada conocido, buscar nuevos amigos, estabilidad económica y hasta afectiva, son algunos de los derroteros que tuvimos que enfrentar.
Omar me sigue contando sobre su situación problemática, la cual, para mí, no debería serlo, - no manito es que ella es bien jodida y todo tiene que ser como ella dice-;
 -pero pingo es que ella no entiende que a largo plazo es mejor que usted tenga su carrera, siga manito, hágale que usted pu…-, no alcance a terminar la frase cuando apareció ella frente a nosotros y como si presintiera que estoy a favor de mi amigo- cosa que así es- me lanza una mirada desafiante. Omar apaga su cigarrillo me da un fuerte apretón de manos, camina dos pasos junto a su mujer dándome la espalda. Aspiro el humo del cigarrillo. Pero oh sorpresa, en un movimiento que más tendría de desafiante para con ella, que de ameno para conmigo, se voltea sin dejar de caminar y me dice con voz fuerte – nos vemos en la u el martes compañero- , una mueca risueña me hizo atorarme con el humo del cigarrillo que fumaba, una bocanada blancuzca, satisfecha y victoriosa, salió de mi boca.
Las palomas habían encontrado unas migas de empanada, dos borrachos cruzaban abrasados por la esquina del parque, María Joaquina gritaba las ocho de la mañana.

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