El bati-renault
Por: Óscar Iván
Rodríguez Calderón
Cuando los ojos de la ciudad aún se encuentran cerrados, el famoso mercado
campesino comienza a cobrar vida. Antes
de que el astro rey se encienda y desplace a su amante nocturna, un gran grupo
de mujeres y hombres se dirigen a laborar en la búsqueda de su sustento. Son la
cuatro de la madrugada y el rechinar de los rodillos de las famosas “zorras”
guían la procesión que desciende por las calles del barrio “la universidad” de
Bucaramanga.
Como un grupo de bichos alrededor de un bombillo, las personas revolotean
sobre los puestos de tintos, los vasos humeantes dan a sus rostros, maquillados
por Morfeo, un espectral matiz; aprovechan este momento para contar uno que
otro chisme del gremio y discutir el precio de algunos productos, - eso el lucho como qui quiere vender el
puesto, antons mejor pa´ la seño Lucia, no ve qui ansina pos gana más clientelita
-, comentaba una señora roída, como su traje, por los años a un hombre joven
con un gran gorro de lana todavía más roído que el traje de su interlocutora; -
Andrés dijo que el tomate disque a siete
lucas la caja – decía otro sin quitarse el vaso de la boca; el humo, ya del
tinto ya de los cigarrillos, sumado a las añejas y pesadas vestimentas creaba
un ambiente antártico.
Son las cinco de la mañana, los bostezos en el firmamento azulan la escena,
los colores aun no tienen sentido, casi siempre, con el despertar del día,
somos daltónicos. El energizante olor de la cafeína me doblega y resulto siendo
uno más en aquella reunión de rostros espectrales; ya las puertas del
legendario salón se han abierto por completo, dentro la pintoresca imagen me
recibe; el típico perro de plaza de mercado con su botín pegado al hocico, un
abultado hueso con apenas unos trozos de carne que alguno de los carniceros,
doblegado por la pena del animal, debió tirar a sus fauces, huye así el pícaro
que pronto se pierde por entre los recovecos y las piernas de los transeúntes,
- buen provecho- le deseo.
- ajeeeeeeeeee, a la orden el aje… - la voz se intensifica cada vez
más hasta que llega a mi oído izquierdo – AJEEEEEEEE, A LA ORDEN EL AJE… - una
mujer de cabello grisáceo y despeinado, quien porta en su cuello y brazos un
gran número de camándulas de ajos y quien con su olor espantaría a cuanto
vampiro se le atraviese, hace las rondas por aquella plaza una y otra vez, - Esa señora no se cansa de dar vueltas y es así
tuo el día- le comenta una vendedora de frutas, cuyo puesto se encontraba a
mi lado derecho, a una de sus clientas, esta última demuestra desinterés y
pregunta por los “maduros”.
Esta escena me hace recordar aquellos tiempos en que de niño, cada
sábado en la mañana, no tan temprano como esta vez, acompañaba a mi abuela a la plaza de mercado de
aquel pueblo llamado Zapatoca, en ese tiempo yo era el conductor de un carrito
de dos ruedas con forma de canasta en el cual se depositaba el mercado de la
semana; el paseo por los pabellones, las largas charlas de mi abuela con sus
conocidos y el regateo terminaron por convertirse en un ritual de fin de semana
al cual yo muy gustosamente asistía buscando ser premiado con aquellos cien
pesos, que para la época se trataba de un grande billete color carmín con la
cara de aquel famoso caudillo Jorge Eliecer Gaitán, aunque el personaje era lo
que menos me importaba, que se desbordaba del tamaño entre mis manos; era una
fortuna para mi que me permitía obtener varias “Galguerías” en una tienda cerca
de mi casa.
Eran las seis de la mañana. Apartado ya de aquel olor asesino de
“chupasangres” prosigo con mi recorrido donde unos pasos delante, como golpes
fulminantes, un inventario de olores, terminan por dotarme de una folclórica
nariz muy al estilo de aquel personaje Jean-Baptiste Grenouille en la Francia
del siglo XVIII; las vísceras y la sangre en el pabellón de carnes, el famoso
tomate podrido en el de las verduras, los condimentos, el olor a Santandereano
pujante, todo mesclado con un frio y húmedo olor, que prima en todas las plazas
de mercado, el de tierra mojada como cuando llueve en el campo. En este lugar
todos los sentidos encuentran trabajo.
-Seño ¿hay qué llevarle ? -, la
frase me resulta conocida, años atrás en la plaza de mi niñez escuchaba esta
frase de los labios de los “zorreros” quienes por unas cuantas monedas dirigían
los carritos de madera hasta la puerta de la casa de quienes querían evitar que
el tiempo les cobrara una joroba por su tacañería. Me dirigí hacia aquel personaje,
era un hombre alto y de robusta
presencia con barba deshilachada, vestido con una camisa muy colorida que le
hacía homenaje al título de su roída gorra amarilla, “pintuco”, completaba la
moda un pantalón ajado color verde militar y unas botas de cuero color café
oscuro.
-Es usted Euclides- le pregunté,
ganando de inmediato su atención pues creyéndome un cliente se abalanzó sobre
mí cual buitre a la carroña.
-para donde va señito, adonde dejó el
mercado, no se preocupe que yo se lo llevo al carro-, Euclides conduce un
carro, un Renault cuatro de color azul conocido como el bati-renault, donde
lleva los mercados más grandes comúnmente de los tenderos de la zona, un vecino
tendero ya me había hablado sobre este personaje popular por su sason como me dijo
mi informante.
Me presente con el y sustente mi asunto con el carnet de la universidad a
lo cual el muy jovial me responde – a uste es un tira piedra de la uis –, cerró
la frase con una carcajada de dientes amarillos; acepto y su única condición
fue que la entrevista se hiciera en un ratico, - el tiempo vale platica mano-
pensé que quería cobrarme, pero como si hubiera percibido mi sospecha me aclaró
que tenía muchos clientes y que no podía fallarles.
-Cuénteme de su trabajo- le digo con afán por aquello del tiempo, se quita la gorra y con su mano
derecha, aprisionada por un viejo reloj Casio, rasca su cabeza,
-pues manito llevo como veinte años,
veinti dos no sísísí veinti dos años, y es que me ha resulta´o hasta guen
negocio, el batisito me da la papita y es guena maquina tengo a la señora
contenta y sobrevivimos y pa´estas como está la situación uno no puede tentar a
chuchito quejándose-.
- y como consiguió el carrito-
los ojos se le vuelven hacia atrás como mirando al pasado y de nuevo hace el
ejercicio de rascar su cabeza,
- ese era del Carlos, mi hermano el
mayor, que disque el carrito no le daba, yo le dije véndamelo y como que no
quería al fin me lo vendió y mire, eso es que le hecho la sal mínimo se
chucuchio a una vieja adentro y tuqui tuqui, yo si me lo lleve pa´ la fiesta de
la virgencita del Carmen pa´ que me lo bendijeran y vea gueno y él mismo se
pagó-
- oiga y por qué bati-ren…- interrumpe
mi pregunta,
- Qué me tomo chino- y nuevamente
la dentadura amarillenta acompaña su intervención; presto a su pregunta le
respondo -qué se toma amigo- el
ejercicio de la cabeza nuevamente se deja ver,- pues ya que insiste una polita mano-, son las siete treinta de la
mañana y aunque muy temprano, en una tienda ubicada en la esquina de la calle
catorce, pido dos cervezas, Euclides limpia la boquilla del embace con su
camiseta y por un momento queda embelesado viendo el paso de la gente mientras
en casi diez segundos vacía la botella.
-oiga y ¿por qué bati-renault?- insisto; - es
que el “batisito” es bien guerrero y ayuda a los pobres, como batman y como yo
soy pobre – una carcajada macabra sale de él mientras termino confundido
entre su personaje que más bien me recuerda a robin Hood.
En este momento, ya con algo de confianza ganada, pretendía abordarlo con
muchas inquietudes que me llegaron en el momento, los labios se me cerraron al
escuchar un sonido que retumbó desde la calle y que ganó la atención de todos
en la tienda, - Euclides, Euclides, atienda el chuso mano-
Una señora junto a su carro lo esperaba y un compañero suyo lo llamaba con
afanosa insistencia, Euclides me da una palmada en la espalda y se hecha a
correr entre aquella muchedumbre sus pasos se pierden como los de aquel perro
con su hueso. Más y más gente llegaba a aquel ritual diario de sentidos, de
folclor y de pasos y voces que se pierden. Eran las ocho con diez de la mañana
mis pasos también se perdían.
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