Crónica de una cometa, “un vuelo de recuerdos”
Llega el mes de agosto, el mes de los vientos y como ejercicio lúdico, para este tiempo, se amerita la elaboración de una cometa. A lo largo de mis agostos he podido ver un gran número de ellas, diferentes formas, tamaños y colores, pero cuál sería la indicada para este; de un sinnúmero de opciones en diseños y planos que ofrece la internet, y no queriendo caer en la monotonía del famoso asterisco, típico en cada país, decidí depurar de la actividad los modelos más básicos con miras hacia una didáctica más elaborada, la cual terminé hallando en una cometa llamada A- box.
De diseño poco común, esta compleja cometa acarrearía con gran parte de mi tiempo el cual debía dividir entre las labores universitarias, el trabajo y mi vida personal, pero ¿valdría la pena? Después de indagar , hacer una valoración, y emprender una búsqueda de los materiales que requería, debiendo cambiar algunos de estos de carácter muy profesional por materiales más económicos y próximos a mi contexto, comencé con el proceso; las modificaciones estuvieron siempre presentes, por ejemplo, las varas de fibra de vidrio del plano original fueron cambiadas por valso, mucho menos fuerte, pero excelente en economía; el factor tiempo también era apremiante por lo que decidí empezar lo más pronto posible. Lo primero fue elaborar la estructura principal, a la cual tuve que disminuirle las medidas como ya dije por economía, los pegues fueron hechos con silicona y según el diseño original estos debían ser reforzados por una especie de chapa de aluminio, pero indagando encontré una forma más factible, resulta que al envolver las uniones con hilo de costura y luego aplicarles el famoso colbón, obtenía un sedimento resistente, una solución chibchombiana que resultó muy útil para mi cometido.
Después de hacer esto con todas las uniones, obtuve una estructura completa y resistente, lo cual daría paso a la siguiente parte del proceso que resultó en llevarme a dar un paseo por el centro de la ciudad de Bucaramanga; la tela de recubrimiento y la pita para elevar la cometa eran los elementos que ahora debería conseguir. El centro de Bucaramanga es un lugar congestionado por el ruido, los autos, la gente y en varias parte por los malos olores, llevaba mucho tiempo sin ir por allí; caminé por un buen rato recordé calles y anduve sobre pasos ya polvorientos, y así, y como preguntando se llega a roma, di en el clavo y encontré todo lo que necesitaba para seguir con la lúdica.
Pegar la tela a la estructura, aparte de las leves, pero hirientes quemaduras con la silicona, no fue tan complicado como la elaboración de la misma; manipularla y pegarla a la vez conservando los ángulos de inclinación con la otra mano, se tornó algo engorroso aunque no niego que con cada sesión terminada la emoción por la búsqueda del vuelo se hacía más intensa.
Decidí coger unas puntadas con aguja he hilo para reafirmar la tela a la estructura; pensando en un futuro vuelo, quería que la cometa resistiera, por esto también a la par del diseño original uní en forma de equis, con hilo acerado, el marco de cada uno de los módulos. Cualquier proceso que me pareciera pertinente para hacerla más resistente no era eximido.
Después de tantas desveladas y de tardes, algunas abrumadoras, en las que avanzaba con pasos cortos, por fin la cometa estaba lista y lo que vendría ahora sería la prueba de fuego, ¿la cometa podría volar?
Junto con mis compañeros de asignatura y el profesor Wilson Gómez quien propuso la actividad como taller didáctico, nos encontramos un viernes de agosto, creo que el último, en la cancha de softball de la Universidad Industrial de Santander, allí dimos rienda suelta al juego y al jolgorio de agosto y sus cometas.
Un intento, dos, tres, muchos más y nada, la cometa no voló como esperaba, pero lo cierto es que los vientos no llegaron quizá porque a agosto se le acabaron o tal vez los sopló con fuerza y todos de una sola vez en sus primeros días. Mi A- box no surcó los cielos, pero se levantó del suelo en un ilusionante movimiento diagonal que me llenó de emoción y en contraste con los gritos de: “corra, corra, suéltele pita”.
Así pues, recordaré el agosto de 2012 cuando durante toda una tarde jugué con mi cometa y al final le di su “descanse en paz”, quizá ella también se cansó de mí; allá la dejé en la cesta de la basura. Cometa, misión cumplida.
Gracias a mis compañeros por haber sido colectivos de esta hermosa experiencia, “no volaron las cometas, pero si nuestros infantes recuerdos”.
Por: Óscar Iván Rodríguez Calderón
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